sábado, 22 de enero de 2022

 Siempre amanece, no se si estaremos tú o yo, pero el sol volverá a salir por las montañas del este. Tocarán las campanas por alguien, siempre tocan por alguien, y el silencio morirá con la luz del día. Puede ser que en tu habitación sea noche cerrada, pero en algún lugar estará amaneciendo; inexorablemente, habrá llegado la mañana.



LLEGÓ LA MAÑANA

Las calles se desperezan y ladran.

El rumor rodado de la rutina,

entra atrevido por el tragaluz,

se mezcla con el humo

del café recién puesto.

 

Rompe, el trino lejano,

quejas de las noticias matutinas,

a las que cambia volumen y tono

el anuncio del aroma —misterio—

surge entre rocas del acantilado;

cuerpo que emprende el vuelo

en búsqueda de otro cuerpo perfecto.

 

Me agrada templar manos

sobre la tenue loza de la taza.

Una hora que insiste en marcar el plasma

muta al ser que me habita;

el que calza reloj, cartera y llaves

y apaga luces, puertas y noticias,

para bajar sonámbulo escaleras,

sentir sobre el rostro el mismo frescor,

y es que, una vez más, llegó la mañana.

lunes, 17 de enero de 2022

 La habana y Cádiz, Cádiz y La Habana, dos hermanas siamesas escindidas por el bisturí de un cirujano de nombre Atlántico, pero que ni las guerras han podido separar. En sus genes comunes: familia, calle, duende, idiosincrasia, humor y gargantas que cantan los mismos sones y los mismos ritmos con distinto acento. Dedicada a estas dos hermanas va mi Guajira flamenca.


GUAJIRA FLAMENCA

 

Una sentencia me atrapa

en las barras de una pena

para cumplir la condena

de aquellos ojos ladrones

que al robar por los rincones,

de mi casa de La Habana,

se me llevo la mañana

que la viña apareció

vestida de Plaza Vieja.

Yo la miré entre las rejas

de aquella misma ventana,

de la habanera canalla,

que cantara Carlos Cano.

A la caloña el humano,

conduciendo el almendrón,

va buscando el malecón

que le robó una cubana

pintada en su madrigal

y que llora con desgana

to Cádiz y su Catedral.

viernes, 14 de enero de 2022

 A veces el amor nos abandona y no nos enteramos hasta que, una fría mañana, al levantarnos, nos damos cuenta que ya no tenemos a quien susurrarle un te quiero, pues ese amor se quedó sin su nombre.

EL SECRETO DEL LIMONERO

 

Hiere la mañana la piel recién despertada

con el frío —como puro acero a primera hora.

Llega, sin crepitar, el alma de olivo viejo,

el olor de sus ascuas en chimenea ajena.

 

El limonero lunero, fiel, guarda un secreto.

Anoche, solo con la luna, se lo contaba

entre los aromas de damas de noche y hierba,

entonces vestida de rocío, ahora escarcha.

 

No pude ni tan siquiera pronunciar su nombre

para evitar que el búho ladrón se lo llevara

y en su nido íntimo lo diera por alimento.

 

Guardé un susurro entre el azahar y los limones,

para en el alba helada salir a rescatarlo,

mas no pude encontrar ni el susurro ni su nombre.

jueves, 6 de enero de 2022

 

“LA DAMA QUE COSTÓ UN REINO”

 

FINALISTA PREMIO INTERNACIONAL DE RELATO CORTO CIUDAD DE CONSTANTÍ 2020

Toledo 710 dc.

A Don Rodrigo no lo quería nadie, había llegado al poder de forma intrigante, conspirando para procurar la muerte de su antecesor, Witiza, vengando lo que este hizo con su padre.

Digamos que Don Rodrigo se creía un gallo hermoso y aunque su mujer era muy bella, no se contentaba solo con ella. Egilona, así se llamaba la pobre dama, estaba en continua depresión por las infidelidades del adultero de su marido.

Florinda la Cava era una joven refinada y según las crónicas de la época, debía ser la más guapa entre las guapas. Su belleza y el capricho del monarca harían cambiar la historia de España y por ende del mundo conocido. Don Rodrigo se quedó prendado de ella y con la excusa de procurarle una vida holgada —mientras se le buscaba un buen casorio, cosa muy normal por aquella época— le pidió al padre —el Conde don Julián, señor de Ceuta— que la trajera a palacio. Ceuta pertenecía a Bizancio y mantenía muy buenas relaciones con los godos españoles, por la cuenta que les traía. 

Ardía el sol vespertino sobre la ciudad de Toledo, en un tórrido mes de julio, mientras desde las estancias reales invadía los amplios pasillos la voz grave y potente del obispo de Toledo dirigiéndose al Rey. 

—Majestad, dejad que uno de mis monjes, del monasterio de Santo Domingo de Silos, os remedien del mal de la sarna, no permitáis que las manos de una doncella rocen vuestra real carne. 

—Por Dios, mi querido Sinderedo, que insinuáis con vuestros temores, ¿qué mejor que unas virginales manos para manejar la aguja de oro destinada a hurgar en cada una de mis llagas? No temáis nada de este leal servidor de nuestro señor Jesucristo, por su gracia fui ungido, bueno, por su gracia y por la gracia de mis queridos nobles y de vuestra leal corte clerical. ¿Acaso no me conocéis? 

—Por eso mismo D. Rodrigo, por eso mismo, porque os conozco temo, si no, ¿a qué vuestra sarna? 

—Monsergas de obispo, bahhh, ¡dejadnos sólo Sinderedo! 

—Debéis tener en cuenta que, aparte de los hijos de Witiza y sus partidarios, con vuestro atrevimiento en la ceremonia de coronación — ciñéndoos vos mismo la corona real— os habéis buscado, gratuitamente, nuevos enemigos tanto entre los nobles como en el pueblo llano, al que no le ha sentado nada bien vuestra osadía. No compliquéis más las cosas Majestad. 

—Sinderedo, ¿queréis hacer el favor de dejadnos solo? —casi susurrando, entre dientes dijo estas palabras, más pareciera que las pronunciara una víbora que un rey. 

—Como gustéis Señor, como gustéis. —Con un mohín de insatisfacción y preocupación abandonó el obispo la estancia real. En su mente, la idea recurrente de la incorregibilidad de aquel elegido, engreído y egoísta, al que tenía que obedecer por la gracia divina. 

— ¡Argilo! —el así llamado era el comes cubicularium o ayuda de cámara del Rey— trae a nuestra presencia a Doña Florinda. 

Esto iba ordenando el monarca, a voz en grito, mientras se desprendía de sus vestiduras dejando al aire sus reales vergüenzas y sus erupciones sarnosas.

—Argilo, presto que me está matando la picazón, traednos a esa doncella. 

El siervo, dando traspiés, fue en busca de Florinda quien, junto a otras doncellas de la corte, se encontraba dándose un baño en el lago ajardinado de su residencia. 

D. Rodrigo, desde el alfeizar de la ventana, contemplaba la escena extasiado por la belleza de la joven Florinda. Siguió, con impaciente mirada, el itinerario recorrido por su sirviente Argilo dando cojetadas a “paso de tortuga”. Al menos eso le parecía al cada vez más ansioso monarca. —por mor de una poliomielitis contraída cuando tenía tres años, al pobre Argilo, se le había quedado la pierna izquierda cinco centímetros más corta que la derecha. 

Cuando Argilo llegó a la entrada del jardín donde se bañaban las doncellas, le salió al paso, desde los setos que lo rodeaban, una vieja marmota haciendo aspavientos y gritando a pleno pulmón frases e improperios que D. Rodrigo, desde la distancia, no conseguía descifrar. Sonrió ante tan cómica escena pues el azacán cayó de espaldas a causa del enorme susto que le dio la inesperada aparición. Apaciguados los ánimos, después de un aparentemente pacífico intercambio de intenciones, la vieja marmota entró al jardín y le transmitió a Florinda el requerimiento real. 

La doncella, ignorante de estar siendo observada por el rijoso monarca, salió del agua cual Venus Anadiomena, luciendo una espesa trenza de brillante pelo azabache que le sobrepasaba el tronco llegando hasta la altura de los muslos. Esta esplendida visión enalteció los ánimos lujuriosos del Rey, quien decidió, en ese preciso instante, hacer suya a Doña Florinda, la hija del Conde Don Julián, puesta bajo su real y cortesana protección.

 Secó la vieja marmota la blanca piel de Florinda y sobre la misma le colocó un peplum de color morado sobre el cual enrolló, de grácil manera, una hermosa palla blanca bordada con motivos florares en hilo de oro, al estilo de la Roma clásica. Una vez así ataviada, le calzó unos calceus de cuero marrón ajustados a los pies, ahusados en las punteras, que le cubría los tobillos, atados a las piernas con tiras de cuero del mismo color. 

Cuando estuvo lista, acompañada por las cojetadas de Argilo, se dirigió hacia las estancias reales, donde esperaba su majestad el Rey con la libido disparatada. 

Lo que sucedió en aquella estancia nos lo podemos imaginar. No se sabe si la doncella fue forzada por D. Rodrigo o si la relación fue de buen grado —nadie había en esa alcoba para prestar testimonio. 

 El caso es que Florinda acostumbraba a remitir, a su padre D. Julián, cartas a través de los enviados a la corte por este. En la última misiva, quizás en un intento por justificar su más que evidente preñez y aludiendo la joven no estar dispuesta a seguir con una relación pecaminosa, le comunicó a su padre la “forzada” relación mantenida con el Rey. 

 D. Julián sintió su honor y su honra —que a la postre valdría un reino— mancillada. Traicionada la confianza depositada en el monarca, juró venganza y sedujo a los moros para que invadiesen la península, él mismo pondría los barcos. 

Antes de consumar la venganza sacó a su hija de la corte con la excusa de que su esposa se había puesto enferma y necesitaba los cuidados de la muchacha. 

Se acababa de poner en marcha, con la Batalla del Guadalete que concluyó en masacre de las huestes cristianas, la invasión musulmana y la conversión de la península ibérica al Islam —desde 711, hasta 1492 con la toma de Granada por los Reyes Católicos. 

Al poco de concluir la refriega, el caballo del rey apareció vivo, asaeteado, corriendo por el río.

 Estos acontecimientos propiciaron el nacimiento de Al Andalus, siendo su primer wallí un hijo del moro Muza que, para mayor inri, tomó como esposa a Egilona, la viuda de D. Rodrigo.

 En las proximidades de donde tuvo lugar el combate existe una finca llamada Sosa, allí posiblemente perdería la vida el monarca visigodo.

  Los lugareños contaban que, a mediados del siglo XX, se aparecía una extraña luz que salía por detrás de una fuente, la dichosa luz corría velozmente aterrando a los que estuvieran presentes. De tal manera se mantiene este recuerdo que hoy, en Puerto Serrano, cuando alguien corre se dice: “Andas más que la luz de Sosa.”

 A saber si no es esta extraña luz el fantasma vagante de Don Rodrigo.

                                                                                                                            Jara

domingo, 2 de enero de 2022

La verdad es que no recuerdo cuando empecé a juntar palabras con la pretensión de componer osados versos. Desde muy niño me apasionaba la lectura de las composiciones de los grandes clásicos del siglo de oro español, del romanticismo, de las generaciones del 98, del 27, del 36, del 50…, incluso leía a Virgilio, Horacio, Ovidio, etc. Bebía de las rimas de Becquer, de la bravuconería del pirata de Espronceda, de la sensualidad de Los Sonetos del Amor Oscuro de Lorca, de las genialidades de Góngora y Quevedo, y de tantos y tantos poemas y poetas que me resultaría imposible enumerarlos en este momento, en pro de la brevedad y amenidad del mensaje. Quizás por pudor, por respeto, por humildad… mis versos quedaban guardados en cuadernos cerrados, sin ver la luz de otros ojos lectores que no fueran los de mis queridos más cercanos. Hasta que se cruzó en mi camino un editor, más osado que yo, que se atrevió a publicar mis poemas; y ya van dos poemarios y lo que te rondaré moreno. Gracias Manuel, no me cansaré nunca de agradecerte tu valentía.

El videopoema de este finde habla, precisamente, de mi interacción con la poesía, de mis musas, de mis luces y de mis sombras, de todo hay en la singladura de un poeta. 





SOL DE MEDIA TARDE

No sé cuándo me desdoblé por primera vez,

quizás fuera justo a las luces

que prolongan los amaneceres de la vida;

solo sé que una barquilla me surcó la frente

y que sobre el papel dibujé una despedida.

 

Más tarde, no mucho más tarde,

apareció mi mano cogida de la suya

para nunca más abanicar el aire sola.

Con su calor compuse la mejor sinfonía

y colmé de mis versos sus noches y sus días.

 

Yo también tuve que cruzar un loco desierto

de años oscuros y de negras arenas secas,

de prosaicas dunas inmensas.

 

Pero siempre se repite el glorioso milagro,

cada día resucitan los poemas muertos,

con cada nueva amanecida.

 

Saldrá el sol de media tarde,

creará nuevos versos de imágenes antiguas.

Porque yo ya soy como ese sol de media tarde

aunque mis versos los soñé cuando amanecía.


sábado, 1 de enero de 2022

Para mí, no hay mejor manera de despedir y de recibir que con unos versos. Eso vale, incluso, para despedir el año y para recibir al nuevo. Mis mejores deseos para todos mis seres queridos (en esta categoría incluyo a familia, amigos, conocidos y seguidores de mi poesía). Que el 2022 traiga el fin de los males que nos aquejan y la felicidad que nos merecemos. Un millón de besos y otro millón de abrazos, repartíroslos como os apetezca, son gratis y gratificantes.

CUERPO DE CARTÓN

 

Ya caduca cae la última hoja del manzano,

al aire tronco y ramas desnudas

—las vergüenzas lucidas de la naturaleza—

los nuevos brotes dan señales

de la muerte aparente que en muerte reverdece.

Susurro vital como de labios.

 

Quedó pequeña de talla la piel de la sierpe,

resecado y desvaído cuero;

bajo el costroso traje, late todo un arco iris,

lozanía en cuerpo de veneno

de la muerte aparente que de muerte renace.

Surco en la tierra, Ofiuco en el cielo.

 

Acordeón andante teje hilos en la rama

y se cubre de seda y se esconde

en la mansión corpórea; muta su apariencia,

se dota de alas, ave fénix

de la muerte aparente que de muerte rebrota.

Vuela vestida de mariposa.

 

Cartón colgado de una alcayata en la pared,

otrora luciendo hojas de días,

como las del manzano, fueron cayendo una a una.

Alguien descolgará el cadáver del calendario,

muerte real de un año pasado,

y otro colgará el cuerpo de cartón de un nuevo año.


El tiempo pasa, lo perdido no vuelve y los sueños no esperan...(Click sobre enlace o imagen para ver el videopoema) El tiempo pasa, lo perdi...