sábado, 3 de diciembre de 2022

 Muchas veces me han preguntado: ¿en que te inspiras para escribir un poema?. Por más que intento explicarlo y decir que todo el mundo está capacitado para hacerlo, y que solo hay que tener la voluntad de hacerlo. Nadie me hace caso. 

Esta claro que todos no podemos ser Neruda, Becquer, Pesoa, Lorca, Juan Ramón..., ni podemos pretenderlo, pero dentro de cada persona, con la capacidad de sentir, hay un poeta. Tan solo tenemos que dejarlo salir. 

El video poema de este finde habla del nacimiento de un poema.


Un poema.

 

Te quema la pluma entre los dedos,

te ronda una idea en la cabeza,

tus labios fingen con sutileza

versos que no conforman tus credos.

Tal es así, en este mal enredo,

la fe altiva vence a la paciencia

la malicia rinde a la inconsciencia,

y sobre el blanco de algún papel

surge lento el esbozo de aquel

que quiere contarnos su vivencia,

y descifra inconsciente el secreto

clave que desvela la madeja,

de la duda fija, arcana y vieja

del tú me quieres o yo te quiero.

Abierto el pecho en un hiero o muero,

la casa de par en par abierta,

se expone al mundo la vida incierta

para alimañas y carroñeros,

sin saber quién se expuso primero,

si el poema escrito o la conciencia.


 Solo es cuestión de tiempo, más tarde o más temprano uno sufre el mal del abandono. El vacío se hace inmenso y la distancia infinita, sobre todo cuando no hay voluntad de recorrerla en la busca de un encuentro.


ABANDONO

 

Que por qué lloro, me dices,

dejando tu pregunta tras tu marcha,

doblando las campanas por tu ausencia,

caliente aún tu silueta en mi cama.

 

Nada consuela el desprecio,

que grabaste con tu última mirada,

en la patena carmín del espejo,

silente huella sobre la almohada.

 

En un rincón de la sala

yace ahora inerte el último beso,

late en mí, aún, su sabor

y calado estoy de él hasta los huesos.

 

Un libro duerme abierto en tu mesita,

un billete antiguo marca la página,

no me atrevo a desvelar el secreto.

 

Son versos que dejaste a la deriva,

en el grave océano de tus zarpas,

y en la textura cruel de tu recuerdo.


Hablamos de violencia de género y solemos simplificar el concepto al axioma: "hombre malo, mujer buena" y muchas veces es así, pero creedme cuando os digo que también existe el viceversa y lo veo a diario en mi despacho. Blancos y negros, pero también grises. También está el maltrato a la naturaleza, analogía que utilizo para representar personajes de este sainete vital. El maltratador, la maltratada, el legislador, la judicatura, denuncias y falsedades, etc. En boga hoy por los que se empeñan en publicar leyes incompletas, por mor absurdas y electoralistas premuras, que conducen al fracaso de una Ley que considero necesaria.


MALTRATO

 

Yo la he visto caer.

 

Su trayectoria oscilante,

hasta llegar al suelo,

dibuja filigranas doradas

en la transparencia presente

del viento del otoño.

 

Todos los días la veo caer

pero es que el viento del otoño es así:

sin nadie que agite la rama

va eligiendo hojas al azar,

 

También he visto derrumbarse laderas,

rocas impertérritas de siglos

a la que el agua, sutilmente, a su paso,

va diluyendo certezas y calizas

haciendo, de los pies de barro,

la debilidad del gigante.

 

Lo vi caer, sigue cayendo,

y el estruendo asusta a las mariposas,

pero es que el agua sutil es así,

sin pretenderlo, horada y diluye fortalezas.

 

Y también he visto al leñador,

golpe a golpe de su hacha,

derriba el tronco, aún sin hojas,

con el invierno secular agazapado

en la mochila que acarrea.

 

Y a la dinamitera

que odia la sutileza del agua

y de un plumazo,

borra la montaña

de la faz de la tierra.

 

Lo he visto y lo he sufrido,

el leñador deja un páramo desierto

tras la huella de su hacha.

 

La dinamitera deja un montón de escombros

tras la explosión incontrolada.

 

Y también he soñado ser útil,

el arquitecto que diseña caminos

y hace, del páramo y los escombros,

el sendero que nos lleva a buen destino.

En ello estoy.


 El pasado martes tuvo lugar la Tertulia Literaria del Ateneo de Cádiz. El tema que se trató en los diversos trabajos que se leyeron fue "El mundo rural". Difícil reto para este urbanita que tan solo disfrutaba del campo, en su niñez, los domingos que hacía bueno. No obstante, y tomando lo que conozco, que es la ciudad, en el videopoema de este finde utilizo la psicología inversa para, denostando un poco la vida urbana, tratar de enardecer al mundo rural.


EL PUEBLO NO EXISTE

 

Parece que el pueblo no existe

desde la atalaya de cemento de la ciudad.

 

Aquí, los árboles, son de hojas perennes,

el otoño no deshoja la rutina de los carteles,

ya no llegan a tu balcón las oscuras golondrinas,

el claxon, de un desesperado, es el grillo molesto,

las noticias matinales, el gallo cantor.

 

El sol nace entre torres de cristal y hierro

y muere tras la sombra de un semáforo.

 

Negra la yerba de asfalto,

de cuadritos grises las veredas.

 

Caras sin rumbo, vidas desconocidas,

sorprendidas por unos buenos días

que ni siquiera contestan.

 

Carteros sin nombre y sin reparto.

 

Pan del día, ni huele a pan ni dura un día.

El arado es un ruidoso martillo neumático,

la segadora, el camión de la basura.

 

Tierra escondida en los ojos que fueron,

simiente estéril de humos y nieblas.

 

El agua mana de botellas de plástico reciclable,

la fruta cuelga del stand del supermercado,

la carne la fabrican envasada en corcho blanco y film,

ni nos preocupa la matanza ni pensamos en ella,

 

 

Bien pudiera parecer, desde esta atalaya,

que el pueblo no existe.

 Parece que fue ayer cuando sacaba punta a un lápiz HB 2, sobre el gastado pupitre de un aula salesiana, cuando llenaba con un nombre las páginas de todos mis cuadernos, cuando emborronaba folios con mis primeros versos, parece que fue ayer y hace más de cincuenta años. El poema de este finde va dedicado a los niños que vivimos la escuela de las décadas de los 60 y 70.



La piel del lápiz

Aún perdura el dulce aroma

de la goma de nata,

el de la madera de cedro

del lápiz que pierde,

siempre pierde, su batalla

con el sacapuntas,

y deja blondas de su piel

sobre el pupitre,

como hojas del otoño.

 

Recuerdo que me costaba tanto

romper la blancura del papel,

poner a cabalgar palabras

sobre sus cuadros o sus dos líneas,

marcar de tiza

el negro impoluto de la pizarra,

llenar de notas

un enigmático pentagrama.

Tanto me costaba

romper esa uniformidad,

como tragarme el silencio

de los compases

de un patio en formación,

o la monótona letanía

de un rosario matinal.

 

La franqueza

de un cuerpo desnudo,

perfilado a carboncillo,

nos causaba

un inocente rubor.

Tardío despertar,

nos aliábamos al levante

para, que, en su loco deambular,

levantara las faldas

de uniformes colegiales.

 

Aún perdura el aroma

de la goma de nata

virutas desprendidas

en el borrar

de los primeros versos,

mensajes encriptados

para su único lector,

poemas que comprendían

un solo nombre,

nombre que llenaba libros y cuadernos

a los que ya no me costaba

romper la uniformidad,

un solo nombre para mil versos,

el nombre del primer amor,

el único nombre que no recuerdo.


 La vida es un tren que va recorriendo estaciones de paso, hasta llegar a la última estación. Para reflexionar, hay que parar la marcha en algunas de las estaciones intermedias y observar el mundo desde una perspectiva más distante, para darse cuenta de lo perverso y presuntuoso que puede llegar a ser el ser humano.


El artista, el poeta y yo

 

Navegas, en la derrota incierta por el ártico

de un pasillo sin fin, que lleva a ninguna parte,

una pradera adonde aún no creció la hierba,

como el vagabundo que dice ser un artista.

 

No aceptas nada, más todo tu entorno te aflige,

ni admites la armonía de ser tu propio dueño.

 

Eres pájaro sin rumbo inmerso en la tormenta,

la que no dejas rugir, ni te dejas llevar.

 

Finges ser sabio y feliz, el ser iluminado,

al igual que mienten los héroes en las guerras.

 

Suplicas la embriaguez y no aceptas su resaca,

y no te enteras que todo está dentro de ti:

la risa del infante y la ansiedad de la muerte,

el oro y el fango, el gozo y la pena, luz y hastío.

 

¡Dios mío!, que perverso y presuntuoso es el hombre,

sobre todo, el artista. Sobre todo, el poeta.

Sobre todo, yo.

El tiempo pasa, lo perdido no vuelve y los sueños no esperan...(Click sobre enlace o imagen para ver el videopoema) El tiempo pasa, lo perdi...