¡No, no es verdad!, ni el amor ni el deseo tienen porqué acabarse, simplemente se hacen menos ansiosos, maduran y se adaptan, pero no desaparecen. Hablo por la propia experiencia, son cuarenta y cinco años compartiendo la vida con mi Oli y si digo que nos amamos como el primer día, mentiría como un bellaco, nos amamos más, mucho más (al menos yo) porque ahora el amor no es sólo la química de la oxitocina, también son vivencias, pesares y glorias que hemos compartido con el paso de los años. Esas cosas nos han hecho ser lo que somos ante nosotros mismos y a ojos de los demás (aunque lo segundo, debo confesar, nunca me ha importado un bledo)
DEDOS
Los pétalos marchitos de mis manos
donde liban, abeja o colibrí,
las escasas caricias,
ofrenda del cereal de tu pelo
que es espiga, futura harina y pan
para mi pecho hambriento,
ya no son de seda tersa ni aroma
ni flor ni polen ni enjambre de roces,
son torpeza y dolor,
vida usada, estreno de tiempo parvo,
exigua aspiración de alma aún joven,
artrosis camuflada.
Tu imagen, ahora difuminada,
por los ajados iris de mis ojos,
continúa impregnando
de arenas, orillas y caracolas,
la playa de mi frente enamorada
al son de un viento antiguo,
colmando el vacío de mi mirada.
Reclinado en el pretil de los lustros
todavía desespero,
a que llegues para saciar el hambre
que mi pecho padece de tu cuerpo.
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