Cádiz y el mar, un amor atemporal, una necesidad y dependencia hecha belleza por pinceles, notas y plumas de todas las artes. Yo no se vivir sin el aroma de sus aguas, sin el rumor de la marea, sin ver reflejado sobre sus horizontes el nacimiento y la muerte del astro rey, a levante y a poniente, todos los días del año. Y es que yo siempre he sido parte de este ecosistema y mi vida sería una utopía fuera de él. Cádiz, el mar y yo...
La renta
Ando
buscando una renta,
que
sembré en la orilla del mar en retroceso.
Busco
esa ola que,
una
vez besar tu playa,
huye
de ti
y
se lleva en la resaca un aliento
y
el aroma sutil de tu abandono.
Sobre
la arena húmeda
queda
la tenue huella de tu pie,
casi
inapreciable,
pues
tu cuerpo corre ingrávido
tras
el mar que se aleja
y
funde en el horizonte de tu mirada.
La
marea ladrona que bañó
alguna
vez tu silueta y,
encaprichada,
se
apropió de ella
vistiendo
de tus colores sirenas de sal
—esas
que con sus cantos
embaucan a los marineros—
y
los lleva a morir
en
un poema que declama
—con
la vista perdida en el océano—
la diosa Gades.
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