Hay momentos en la vida en que la soledad es un bien invalorable, pero en otros momentos es dolor y amargura, esos momentos en que nos sentimos como escombros de nosotros mismos, tan duros y fuertes, tan granito como nos creíamos.
EL ADOQUÍN
Gris jaspeado,
granito puro
que delimita calzada y acera.
Lluvia, viento
y sol
se vengan en su
dureza desnuda,
erosionan sus
vértices sin piedad,
forman
correntías que lo transforman
en rivera de un
arroyo fortuito.
A veces, se
viste de ceras ciriales
que caen de la
mano de un niño,
pedigüeño de
limosna semanasantera,
otras, el volar
de serpentinas y papelillos
nutren su gris
de variados colores
y, las más,
luce tristeza grisácea.
Siente un
intermitente golpeteo,
el mismo bastón
blanco,
afanado por el
ciego de siempre.
Se despereza al
comienzo del día,
de nuevo la
misma rutina,
Se ve como Bill
Murray
'Atrapado en el tiempo',
Un temblor
indescifrable recorre su estructura,
una máquina
diabólica
va derruyendo
calzada y aceras.
La instalación
de la fibra óptica
levanta todas
las calles,
y él es, tan
solo, un trozo más de ellas.
Con el resto de
los escombros,
ahora
movilizado el que se creía inmóvil,
va camino del
punto limpio.
Así me siento
yo tras tu marcha.
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