Si existe un mal capaz de acabar con la familia, el amor, la amistad, sin duda alguna, ese es el cáncer de los malos entendidos. Se enquista en nuestra mente y va creciendo en la medida que lo alimenta la incomprensión, hasta que la metástasis convertida en odio, en desapego o indiferencia, acaba con convirtiendo a las relaciones en un simple cadáver, en la fosa común de los sinsentidos.
MALOS ENTENDIDOS.
Dame el suplicio de la duda.
Sobre la negra pizarra de mi espalda
anota tu queja de tiza blanca,
como puñalada que se siente,
y no se puede leer.
Nada es más traicionero
que una mirada que huye
en el silencio esquivo
de una anunciada afrenta
No temo al sunami previsto
tras el sismo de un desencuentro.
Subiré los peldaños necesarios
para eludir a la ola inmensa
Pero si tú me pides en sacrificio,
dejaré que el mar bravo me engulla,
para renacer de nuevo
vestido de espuma,
huérfano de desalientos.
Aprovecharé mi necesaria muerte
para sembrar en el fondo del océano,
entre caracolas y peces muertos:
las semillas de los rencores,
los granos de palabras
que crearon nuestro desierto.
Y resurgiré de tu mano
sobre la tierra de un mundo nuevo.
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