Nadie se da cuenta, a veces, ni nosotros mismos nos percatamos de lo rápido que pasa la vida. Yo siempre digo que, ayer me acosté con 20 años y hoy me levanté con sesenta. No es un chascarrillo, así lo siento de veras.
He tenido una vida apasionante, llena de vivencias dispares, he sido Electrónico Industrial, Electricista, Suboficial de la Armada Española, Armero de Vuelo y Nadador de Rescate, destinado en helicópteros Augusta Bell y luego , durante 17 años en Harriers, he navegado en dos portaviones el Dédalo y el Príncipe de Asturias, conocido infinidad de lugares en todo el mundo, he sido empresario, y ahora soy abogado y escritor.
Tengo una mujer fabulosa y dos hijos maravillosos, una familia extensa a la que adoro y creo recibir la misma proporción de adoración en sentido contrario, y, aún así, no me he enterado del tiempo vivido, ¡ha pasado tan rápido! que a veces creo estar viviendo un sueño del que, en algún momento despertaré entre los brazos de mi madre, en el segundo piso, puerta uno de los patios de Santa Teresa en Cádiz, allá por el año 1965.
NADIE
SE DA CUENTA
¿Cuándo
se llenaron los canalones
y
no volvió a girar jovial mi noria?
¿Cómo
se me olvido que me olvidé
de
esa mirada que ya no mira igual?
La
tersura de seda en otra mesa
me
devuelve reflejo de mis canas
mientras
ayer, era símil de mis ganas.
Ni
me di cuenta cuando desperté
de
este sueño que duró cuarenta años.
Yo
sigo siendo el chico de los veinte
Y
¿nadie se da cuenta?
El
espejo rezuma y frunce estrías,
pero
juro que no son mis arrugas,
otro
robó mi reflejo de joven.
Ardo
y mis brasas todavía entibian,
soy
el mismo manantial que riega sueños,
porto
la misma tierra y el mismo cielo,
mi
poesía mana
siendo
ahora un mar abierto.
Más
nadie se percata.
El
tiempo ya llenó los canalones
y
la noria ahora gira más lenta
—ignorante
del cruce de miradas
con
la seda tersa en la ignota mesa—
nadie
se da cuenta, ¡yo!
soy
ese chico de veinte
tras
el desconocido de sesenta.
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