Con este relato gané el primer premio del XV Concurso Internacional de Relato Corto "Constantí 2021":
FÁBULA DE UNA MIGRACIÓN
Bennu
Earnshaw acostumbraba a despedir el día desde su atalaya de tejo, en el bosque
Rya, a la orilla del río Göta. Allí, a las afueras de Gotemburgo, no llegaba el
rumor de la ciudad y se apreciaba con más claridad los diferentes matices del
otoño entrante; el repetido y nervioso pik, pik, pik, corto y metálico
del papamoscas cerrojillo avisando a su plebe del vuelo de alguna rapaz; la
música cambiante del agua, devorando cantos rodados, en su transcurrir sin
retorno por el cauce del río; y el croar de la, otrora, apetecible merienda
—pero ahora no era el momento de pensar en su apetito.
El
sol poniente, aún poderoso sobre el horizonte, le azoraba el cristalino y hacía
que sus ojos se humedecieran de saladas lágrimas. Eso, al menos, era lo que se
decía a si mismo para justificar su inoportuno llanto —pero se engañaba—, la
génesis del brillo en sus ojos no era causa del fulgor del astro, sino de una
negrura interna que, desde hacía dos semanas, le carcomía las entrañas.
Herne,
su compañera desde hacía cuatro años —no conocía a otra garza real con las
plumas de la cabeza tan blanca como ella, y con una amplia raya negra, tan
negra como el Vantablack, que le embellecía desde el ojo hasta la cresta—, ya
iban para dos semanas que no sabía nada de ella.
La
última vez que volaron juntos, Bennu alardeaba de ser más veloz que Herne
cogiendo la delantera y ganándole distancia a su pareja hasta que, un fuerte
estruendo: “bang” le estremeció el corazón y paralizó su esbelto vuelo. No se
atrevía a volver la cabeza, presentía una desgracia; cuando lo hizo… Herne
había desaparecido de su vista. Solo cielo, tierra y mar y bandadas de palomas
dándose a la fuga, y los ladridos hirientes de una jauría de bracos —muerte,
moteada y marrón, a cuatro patas— al cobro de alguna pieza, le hizo presagiar
lo peor.
Dos
semanas de esperas y de vigilancia vana sobre el altozano de tejo.
Eludir
su estruendosa soledad; asumir la eterna ausencia de las llamadas de bienvenida
de su hembra cada vez que, Bennu, volvía al nido con el buche atestado para
alimentar a sus polluelos; aceptar que el próximo amanecer sería el último en
esa estación de esperas, antes de emprender el que, probablemente, fuera también
su último viaje al sur, se le antojaba absolutamente insoportable.
Bennu
sabía que había sobrepasado con creces la vida media que se le suponía a las
garzas reales —unos cinco años— y esto era corroborado día tras día en las
relaciones con sus vecinos, ninguno le superaba la edad…
Él nació, hacía seis primaveras, en el mismo
lugar del que se disponía a partir. Pero nunca se sintió un anciano hasta hacía
dos semanas en que perdió el sustento de su jovialidad, su querida Herne.
Después
de un último y desesperado vistazo al horizonte, se acurrucó entre las ramas
del árbol y se dispuso a dormir. A la mañana siguiente le esperaban kilómetros
de aleteo en compañía de sus congéneres, sobre la orografía de media Europa, en
su camino hacia los cuarteles de invierno en las marismas del Coto de Doñana.
En
el silencio de la mañana sueca, el aire frio otoñal entrecortaba un lejano
trompeteo a modo de señal de salida. Poco a poco se fueron formando, bajo un
cielo gris, pequeñas uves aladas. Cada elemento de la formación mostraba sus
cuellos estirados y largas alas con sus remeras negras.
El
grupo familiar de Bennu recorría, año tras año, la ruta migratoria occidental:
unos agotadores cuatro mil kilómetros. Su primera parada estaba prevista en el
lago del Der, de la región de Champagne, al nordeste de Francia.
Este
primer tramo empezó a hacer mella en Bennu, antes de posarse en la orilla del
lago notó como sus fuerzas iban mermando. Volar por encima de los nueve mil
metros, sobre el campo algodonado de nubes, no era baladí —y menos a su edad y
con su estado de ánimo—; pero se repuso con rapidez tras la ingesta del agua
fresca y los peces y anfibios que iba pescando con su largo pico. Él siempre
fue muy habilidoso en estos menesteres, no en vano había alimentado y sacado
adelante a innumerables camadas de polluelos junto con su Herne. Hoy en día, esos
polluelos, se habían convertido en hermosas garzas que volaban a su lado rumbo
a Andalucía.
A
todos ellos les esperaba el impresionante cordón montañoso de los Pirineos, con
sus nieves eternas blanqueando picos rocosos; pero antes, una nueva escala en
Capiteux. Los más débiles y enfermos se iban quedando por el camino, pero
Bennu, una vez recuperadas sus fuerzas y sus ganas por llegar al lugar donde
había sido feliz con su pareja, se sentía capaz de emprender de nuevo el vuelo
para gozar, una vez más y esta vez en solitario, de su particular paraíso,
donde disfrutaría del invierno templado meridional y de la abundancia de las
charcas del Coto.
Como
era costumbre entre las garzas reales, efectuaron una penúltima parada en la
laguna de Gallocanta, entre las provincias de Teruel y Zaragoza. Allí se reunían
todos los años, antes de partir para su destino definitivo, unos sesenta mil
ejemplares. Una inmensidad alada que, en estruendoso trompeteo, se saludaban,
se peleaban por antiguas rencillas pendientes de resolución y, sobre todo, se contaban
sus experiencias de vida en los diferentes humedales europeos de procedencia.
Bennu,
como cualquier otra garza real, hacía lo propio. Entre tanto trompeteo,
milagrosamente, distinguió el de un viejo compañero de nidada, su hermano Hernshaw al que, aún pasando toda la primavera y el
estío en el mismísimo río Götta, hacía varios meses que no veía; y es que Hernshaw
siempre fue un poco peculiar, algo bohemio y botarate, no muy dado a las
relaciones familiares. Preguntado por este sobre el paradero de su compañera Herne,
le compartió su tristeza por la desaparición de su amada.
Hernshaw
entrelazó su cuello con el de Bennu en un intento cariñoso de consuelo y se
aprestaron a volar juntos hacia las deseadas marismas.
Despeñaperros
era la última frontera montañosa a cruzar. Desde la altura a la que volaban se
visionaba la cordillera como una pequeña protuberancia sobre los llanos
manchegos. Y, por fin Doñana, con sus enebros marítimos, eucaliptos, uñas de
gatos, pinos piñoneros, adelfas, alcornoques…sus dunas y, por supuesto, sus
extensas marismas, su coto privado de caza.
Entre
recuerdos, noches de búhos y de linces que no fueron óbices para disfrutar de
una apacible existencia, llegó marzo. Inesperadamente la primavera hizo acto de
presencia con su novísima alfombra verde y sus amapolas rompiendo la
uniformidad del color de las llanuras. Y, una vez más, la naturaleza se
disponía a interpretar, cual concierto de Vivaldi, las mismas notas barrocas y
esplendorosas con que despedía todos los inviernos. Se apreciaba, en el ambiente de las marismas,
el alboroto de los preparativos del viaje de vuelta; el resurgir de la vida que
año tras año se estrena y vuelve a estrenarse en un bucle infinito musicado de
algarabía.
Bennu,
desde su atalaya de pino piñonero, observaba como la tarde agotaba sus últimos
rayos de luz. Sus ojos no brillaban ni titilaba una salada lágrima en la
comisura de su lagrimal.
Esta
vez no partiría al amanecer hacia el norte, la tarde anterior se había
despedido de Hernshaw con un fuerte y apretado abrazo de cuello. Su hermano aún
se encontraba con fuerzas para volver y lo hacía junto a su nueva pareja, una
joven garza con el plumaje de la cabeza casi tan blanco como lo tenía su
querida Herne, aunque la franja negra que lucía desde el ojo hasta la cresta no
fuera tan fulgente ni profundo como el de esta. Les deseó toda la suerte del
mundo y les manifestó su deseo de volver a verlos al año siguiente.
Doñana
sería su retiro definitivo, lo tenía decidido desde su partida de Gotemburgo,
total ¿No era eso precisamente lo que hacían los humanos jubilados, ingleses,
suecos, alemanes y demás nórdicos?: comprarse una casita en Andalucía para
vivir en paz y armonía el resto de sus vidas... pues eso mismo.
Nota: Los nombres de los protagonistas
de este relato no son escogidos al azar:
·
Bennu, en el Antiguo Egipto era la deidad
pájaro, asociada con el sol, la creación y el renacimiento, y fue representada
como una garza en la obra de arte del Nuevo Reino.
·
Earnshaw, Hernshaw y Herne, son apellidos
ingleses derivados de la garza, el sufijo —Shaw significa madera, refiriéndose
a un lugar donde anidaban las garzas.
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