No es fácil evadir al dolor, como humanos que somos tendemos a encerrar, en el cuarto de los olvidos, todo aquello que nos produce dolor: la pérdida de un ser querido, de una mascota, el desamor, el abandono; en definitiva, cualquier trauma que nos haga daño. A veces, logramos vestir de amnesia voluntaria un mal recuerdo, pero de vez en cuando reverdece y vuelve a lacerar nuestra existencia con la misma fuerza o más que cuando se produjo el daño. Otras veces, es nuestro subconsciente el que se empeña en jugar al escondite en los suburbios del no tiempo para llevarnos, en sueño o pesadilla, a un mundo en el que no querríamos estar.
En fin, duelos son duelos y hay que pasarlos para sanar, demorar el dolor solo traerá dolor diferido.
OLVIDAR POR QUE NO DUELA
Se desmorona y aja, esa hoja que forma
una adusta careta y fortaleza,
al caer el invierno con firmeza
sobre el valle que guarda, y lo transforma
al recuerdo perdido ya de su horma,
cual olvido senil en su tristeza,
es causa de dolor y despereza
la lágrima que el huso hila y uniforma.
Unas abiertas alas, la memoria,
en que lo vivido y a la vez presente
trae aroma de pérdida y victoria.
Tengo mi alma, herida por el relente,
de la noche sin fin de nuestra historia
y de la amnesia cruel esquiva y ausente.
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