Hay días en que te levantas de la cama sin pensar en nada, como digo yo: con el disco duro en blanco, dispuesto y virgen para grabar un nuevo archivo vital. Pero existen otros momentos, otros despertares, en que la información que se gravó en nuestra memoria, aflora sin remedio. Hoy es una de esas mañanas, ¿A cuántos seres queridos hecho de menos al levantar este día de Navidad?, a mayor edad, mas personas van apeándose de nuestro camino, aún siendo todos seres que nos habitan y que forman parte de nosotros.
Hoy, al abrir las cortinas rojizas de mi habitación, a modo de telón del teatro de la vida, por mi ventana pude ver la misma plaza de todos los días, con las mismas ausencias de siempre...
LA PLAZA
De nuevo da comienzo la función:
el telón, como alas de ángel caído,
eleva el vuelo sobre el escenario;
la mañana se despereza y trina.
Se oye algún tono agudo, alegre e infante,
pululando los estambres de un banco
en la plaza, hormigón que toma vida,
al compás del aroma a pan reciente.
La riada de filamentos de luz
se tamiza entre el fractal de magnolias,
tiñe el columpio de seres efímeros
que simulan a los niños futuros.
La ciudad, siempre la protagonista.
Nosotros, los actores secundarios,
somos fácilmente reemplazables,
basta que el guionista nos trueque el sino.
Se improvisa el diálogo cada día.
Siempre son las mismas cortinas rojas
mas nunca se interpreta la misma obra.
Hoy la lluvia quiso cambiar forillo,
los charcos de la plaza —son espejos—
nos devuelven, por un día, los rostros
de aquellos que alguna vez la habitaron.
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