¿Quién dijo que la poesía no podía ser terrorífica?
OCURRIÓ
EN HALLOWEEN
Cuelga de la manilla de la puerta,
del vestido ajado, un retal de seda.
Aún vestigio del negro color,
del aroma de perfume de rosas.
Habla de la urgencia ciega en la huida
de aquella que portó el textil sustento.
Como si por ir deprisa, corriendo
desvaneciera raudo su pavor.
Como si por dejar atrás, muy atrás,
el filo que templa el cuerpo sin nombre,
sobreseyera su culpa sin pruebas.
Todavía resuena en su cabeza
las palabras que exhalaron sus labios.
¿Me matas?¡Ay! ¡qué triste es morir solo!
Le persigue la soledad dejada
sobre el suelo arlequín de aquel hostal.
Cada noche espera el golpe de aldaba
lo intuye duro, seco, negro y solo
como sola se queda en cada sueño
sobre el suelo arlequinado de hostal.
Espera de su asesino compaña,
—templado ya el frío acero en su cuerpo—
mientras este huye y engancha su ropa
en la impía manilla de la puerta.
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