Ayer, 16 de octubre, fue el día mundial de las serpientes. A mi, particularmente, me fascinan, las veo una alegoría de la superación, cómo sin extremidades han sabido sobrevivir al paso de milenios sin cambiar su estructura, adaptándose al terreno por el que se ven obligadas a arrastrarse y, sin embargo siendo temidas y admiradas al mismo tiempo.
El ser humano, por su mente abstracta, es creador de símbolos y a la serpiente, la mayoría de las civilizaciones, le han dado la simbología del mal absoluto, siendo en la cultura judeocristiana la viva imagen del diablo.
En el videopoema de hoy, personalizo a la serpiente en la concepción de la mala persona que nos toca por pareja, sea del género que sea. Por mi profesión veo más veneno en las relaciones del que me gustaría que existiera y mucha más maldad que en la mordida de una serpiente, a fin de cuentas ellas muerden por alimentarse o defenderse. Así pues , mis disculpas a las sierpes por la comparativa.
LA SERPIENTE
No, no soy el escrupulillo que vibra
por dentro del cascabel de tu cola,
mientras que inyectas tu sutil veneno
no amenaces con mi mísero aviso.
Serpenteas entre nubes de nácar,
dormitas en la rama de una higuera
desde la que acechas el paso en falso.
Me declaro, a tu paciencia, devoto.
Viperina olfateas mi morada
silenciosa reptas por cada línea
del libro abierto sobre la mesilla,
me devuelves una lectura falsa.
Gozas de las sombras en las esquinas
simulas tonos nuevos, brillos nuevos
al mudar de nuevo tu fina piel,
y sin embargo eres la misma sierpe.
Las toxinas de tu mordida fluyen,
a borbotones llenan mis arterias,
nutren mi mente de falsos fantasmas,
insuflan en mis entrañas rencores.
De la selva virgen y espesa del tálamo
te marchas dejando esculpida tu huella,
abandonando el cadáver de mi amor
como olvidaste la piel mudada y muerta.
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