Seguro que os habéis planteado, alguna vez, lo veloz que pasa el tiempo. Llegan las fiestas anuales cada vez más rápido, aún no se ha secado el bañador del último verano, cuando ya está llegando el nuevo estío. Es como una maldición, cuanto más tiempo llevamos vivido, más rápido pasa el que nos queda por vivir.
Yo siempre digo: ayer me acosté con veinticinco años y hoy me he levantado con sesenta y uno...
DEMASIADO
PRONTO
Se ha licuado
el tiempo,
como lo hacen
los relojes
en la
"persistencia de la memoria",
y fluye, antes
lento como remanso,
ahora bravo
como en avenida
devorando años,
los hijos de Cronos.
Me comentas que
vuelan las etapas
cual meigas en
sus escobas,
desbrozando
vida,
convirtiéndola
en recuerdos.
El tiempo
también fue niño,
navegó un
océano de sorpresas,
consumiendo
lentos meses
como varitas de
incienso.
La cuerda hoy
la dan las prisas
—lo que se
perdió, se dio por perdido—
poco a ganar
nos queda en el camino,
se va entre la
artrosis de manos muertas.
Aquel océano, a
veces calma chicha,
otras veces
marejada o mar gruesa,
hoy es sólo una
ola asesina,
un tsunami, que
consume imparable
el presente,
que ahora es menos tiempo.
Ni Einstein
siquiera lo explicó:
al tiempo lo
tachó de relativo
simplificando
al máximo, no más,
ya que nunca
pensaba en el futuro,
pues siempre
llega demasiado pronto.
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