miércoles, 1 de junio de 2022

No nos damos cuenta, inventamos dioses justificando nuestra existencia y nos engreímos en ser tan grandes que no sabemos encajar, en nuestra razón de humanos, que tan solo somos frutos del azar, de una caprichosa casualidad química. Materia que cobró vida y tomó conciencia de ser, polvo de estrellas que la pura evolución ha trastocado hasta convertirse en imagen y semejanza de alguien, cuando solo era algo. O ¿tal vez no?.


FRUTOS DEL AZAR

Digamos pronto lo que aquí nos trajo:

la sospecha del juego de la vida,

levedad, e inocencia primigenia

sorteando llanos, cimas y abismos.

 

Lo otro en nuestro discurso,

lo que ya nunca tenemos en cuenta

cuando nos creemos el As de picas,

aquello encerrado en su propio espacio,

—limitado espacio de una baraja.

 

Digamos pronto, antes que nos lo digan:

¡somos fruto de la casualidad!,

aquella indolente y azarina estrella

que desmonta dioses infantiloides

e inocencias de cielos prometidos,

como premio que sufre el universo

del juego poco serio

de algún Dios jugando a tirar los dados.

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