¿Cuántas ilusiones nos dejamos por el camino? ¿Cuántas promesas incumplidas, cuántos castillos en el aire? ¿Cuánto equipaje sin usar nos dejamos en la maleta de viaje que guardamos en el altillo de nuestra mente?
LA MALETA
Yo tengo una
maleta que quería ser baúl,
acompañante de la
farándula,
guardadora de
secretos y telas usadas,
rosas
deshidratadas entre los folios de un contrato
y la ropa
interior, que alguien no se puso,
un día cualquiera.
Quería oler a tablas
de escenarios,
a boleros y
tangos, aún el último
aunque no fuera en
París,
o aprehender,
entre sus correas elásticas,
una nariz de
payaso
y un saxo de color
blanco.
Yo tengo una
maleta que quería ser baúl,
para que no la
guardaran
en el altillo lúgubre
de un armario,
en la eterna
espera de un imposible viaje.
Mi maleta es de
cuero marrón, clásica
y chapada a la
antigua, incluso clasista,
menosprecia a las
sansonites
por su carencia de
personalidad propia.
Incluso, una vez,
prefirió ser mochila
prestada a un
amigo hippy
que la llevara a
las playas ibicencas,
pero el hippy era
demasiado hippy
y el cuero marrón
no casaba con los verdes.
Un viaje nunca
emprendido
con el que aún
sueña.
Tengo una maleta
en el altillo
que quería ser baúl
de la farándula.
A veces, en las
noches de verano
del ropero se oye,
tenue, un quejido.
¿Se habrá quedado
encerrado el gato?
abro y rebusco
entre la ropa inerte:
nada,
una y otra noche:
nada de nada.
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