sábado, 11 de junio de 2022

¿Cuántas ilusiones nos dejamos por el camino? ¿Cuántas promesas incumplidas, cuántos castillos en el aire? ¿Cuánto equipaje sin usar nos dejamos en la maleta de viaje que guardamos en el altillo de nuestra mente?

LA MALETA

 

Yo tengo una maleta que quería ser baúl,

acompañante de la farándula,

guardadora de secretos y telas usadas,

rosas deshidratadas entre los folios de un contrato

y la ropa interior, que alguien no se puso,

un día cualquiera.

 

Quería oler a tablas de escenarios,

a boleros y tangos, aún el último

aunque no fuera en París,

o aprehender, entre sus correas elásticas,

una nariz de payaso

y un saxo de color blanco.

 

Yo tengo una maleta que quería ser baúl,

para que no la guardaran

en el altillo lúgubre de un armario,

en la eterna espera de un imposible viaje.

 

Mi maleta es de cuero marrón, clásica

y chapada a la antigua, incluso clasista,

menosprecia a las sansonites

por su carencia de personalidad propia.

 

Incluso, una vez, prefirió ser mochila

prestada a un amigo hippy

que la llevara a las playas ibicencas,

pero el hippy era demasiado hippy

y el cuero marrón no casaba con los verdes.

 

Un viaje nunca emprendido

con el que aún sueña.

 

Tengo una maleta en el altillo

que quería ser baúl de la farándula.

 

A veces, en las noches de verano

del ropero se oye, tenue, un quejido.

¿Se habrá quedado encerrado el gato?

abro y rebusco entre la ropa inerte:

nada,

una y otra noche: nada de nada.


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