sábado, 5 de febrero de 2022


Esta semana tuvimos tertulia literaria en el Ateneo de Cádiz, el tema a tratar giraba en torno a la edad madura. Mi aportación fue en forma de poema en el que, figuradamente, interpreté la melodía de una vida que no tiene fin, siempre se sube la montaña y, cuando toca bajarla, alguien con fuerzas nuevas viene a relevarnos y convierten, esta historia vital, en una historia interminable.




LA HISTORIA INTERMINABLE

 

La nieve hizo acto de presencia

y, sobre las despejadas sienes,

alguien observa desde el altozano.

 

Se derrama el cielo en la mirada

sobre los desvanecidos recuerdos

que pueblan la espesura del bosque.

 

La escalada fue lenta, con tiempo a favor,

pero la bajada se antojaba apresurada,

pasando, sin parar, por estaciones

que en la lenta subida hubieran sido cobijo.

 

No hay camino de descenso, solo caída;

nadie dejó migas de pan,

como Hansel y Grettel.

 

El fondo del precipicio es inapreciable,

se funde entre las manos,

esas arrugadas que soportaron un mundo

y que ahora reverdecen y cobijan

otras tersas, blancas y pequeñas.

 

Manos nuevas de sienes cubiertas,

donde la nieve no hace acto de presencia,

con la misma mirada en otra faz

y toda la vida por escalar.


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