La depresión es enfermedad, pero
los estados depresivos se pueden padecer sin necesidad de estar enfermos: por
la pérdida de un ser querido, una ausencia, un desamor, un desengaño, una
ofuscación, incluso el agotamiento físico o mental. El poeta, para transmitir,
tiene que ponerse en la piel del sentimiento ajeno, existen diversas técnicas
que ayudan a conseguir este estado. Yo aproveché el cansancio originado por el
gozo de un día en Isla Mágica con mi sobrinilla Alejandra, para generar este
triste poema sobre la depresión ocasional.
SALIR POR LA
TANGENTE
Son la una en
el carrillón de la sala,
desnuda el
silencio y despierta el tiempo.
Sobre la mesa de camilla un sobre…
la solapa luce blanca
sin nombres.
Una hoja rayada
asoma como alas
que trasladan
noticias a los vientos.
Llora por fuera el
cristal del balcón.
La luz tardía
tiñe el desconchón.
La pared parece
que cicatriza
de una herida
recibida a destiempo.
La gata carey
curiosea ajena…
el estilete de
su uña desbroza
la unicidad del
sobre y su mensaje.
Renglones
emborronados, tristeza
en lágrima que
desenfoca letras
y escribe
invisibles y leves versos.
Hace un bis el
carrillón de la sala
y ya no llora
el cristal del balcón.
Irisan la
estancia las entreluces
que se escapan
entre nubes y claros.
El desconchón jugando
al escondite
con las sombras
y la gata carey.
La sala se
viste negro de ausencias,
ausente de ojos
—la mesa camilla
muestra las
palabras que nadie lee.
La puerta del
balcón entreabierta
deja pasar al
frescor vespertino,
pero así logra
escapar un aliento.
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