He de confesar que, años atrás, fui un amante de la tauromaquia, a la que no podemos negar su vertiente artística, pero hoy en día soy incapaz de ver una corrida de toros. A mi parecer es una vesania inhumana torturar a un animal hasta la muerte, para solaz y disfrute de una masa insensible. Juzguen ustedes.
TAUROMAQUIA
Una puerta doble crujen bisagras,
ocre el albero, ruidosa la plaza,
libertad me espera tras el clarín.
Un sol de justicia ciega mis ojos,
con mis cuatro patas como abanicos
creo ir hacia mi dehesa soñada.
Nada es como se desea, ahí está,
rodilla en tierra, la mirada fija
en mi morro, una divisa clavada,
sin siquiera saber a dónde voy
alguien me recibe a puerta gayola,
un engaño por alto que yo acepto
zafado, busco por donde salir.
El albero huele a sangre y a muerte
me centran a capote, juego insulso,
no vislumbro alguna salida franca
vuelvo hacia la puerta doble: cerrada.
Giro la cara, está ahí, mirada fija
—jinete de un caballo en armadura—
me cita y acude ciega mi bravura,
me espera la puya que rompe el cuello,
una mariposa roja en la armadura.
Cambio de tercio, un pañuelo al aire,
clarín sentencioso rompe el silencio.
ahí está, verde y plata su figura
dos arpones en las manos, arpones,
cita desde lejos, bravura acepta
vuelvo a perder de nuevo la partida.
Suenan notas del clarín, ¿Qué me espera?
resoplo, barro el suelo en mi dolor
mi sangre pinta un corazón de albero.
Ahí está él, blanco y oro, trapo rojo,
mis fuerzas rendidas, la testuz brava,
no busco salida, jugaré su juego
muletazo a muletazo
hasta que el acero certero
me atraviese el espinazo.
A rastras me llevan, queda un suspiro,
se abren las puertas, detrás la dehesa,
mi sueño cumplido.
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