A veces nos sentimos prisioneros en una cárcel de caricias y besos, y no sabemos, o no queremos salir de ella. A veces todo se reduce al cielo de un cuerpo deseado. A veces no hay más dios que el calor de su presencia.
CANTO DE CIEGO
De esparto tienes las venas,
soga de sangre trenzada,
hende mis muñecas juntas
enlazadas a la espalda.
Ojitos de acero negro,
como disparos al alba,
atraviesan mis costales,
hieren a hierro de fragua,
las cuitas que me recomen
desde tu vientre a mi cara.
Esa ola que rompe en sal
por la roca de mi pecho
moldea golpe tras golpe
una rompiente de besos.
Unas columnas de carne
prieta y pórtico de gloria
camino, parada y cárcel
el surco de la vaguada
y estrellas aureoladas.
Un pozo ya sin palabras,
un suspiro de carmín,
el cielo de tus pestañas,
único cielo que existe
cielo del dios de mi casa
Aquel al que siempre rezo
de noche, al pie de mi cama.
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